x

Biblia Todo Logo
idiomas
Bibliatodo Comentarios





«

Hechos 2 - Comentario Bíblico de Matthew Henry vs Mundo Hispano

×

Hechos 2

Hechos 2 - Introducción

El descenso del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. (1-4) Los apóstoles hablan en diversos idiomas. (5-13) el discurso de Pedro a los judíos. (14-36) Tres mil almas convertidas. (37-41) La piedad y el afecto de los discípulos. (42-47)

Hechos 2:1-4

1-4 No podemos olvidar cuántas veces, mientras su Maestro estaba con ellos, había disputas entre los discípulos, que debían ser las mayores; pero ahora todas estas disputas habían terminado. Últimamente habían orado más juntos. Si queremos que el Espíritu sea derramado sobre nosotros desde lo alto, estemos todos de acuerdo. Y a pesar de las diferencias de sentimientos e intereses, como había entre aquellos discípulos, pongámonos de acuerdo para amarnos unos a otros; porque donde los hermanos viven juntos en la unidad, allí manda el Señor su bendición. Un viento impetuoso llegó con gran fuerza. Esto significaba las poderosas influencias y la acción del Espíritu de Dios sobre las mentes de los hombres, y por lo tanto sobre el mundo. Así, las convicciones del Espíritu abren paso a sus consuelos; y las ásperas ráfagas de ese bendito viento, preparan el alma para sus suaves y apacibles vientos. Hubo una apariencia de algo parecido al fuego ardiente, que se encendió en cada uno de ellos, de acuerdo con el dicho de Juan Bautista sobre Cristo: Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. El Espíritu, como el fuego, derrite el corazón, quema la escoria y enciende en el alma afectos piadosos y devotos, en los que, como en el fuego del altar, se ofrecen los sacrificios espirituales. Todos estaban llenos del Espíritu Santo, más que antes. Estaban llenos de las gracias del Espíritu, y más que nunca bajo sus influencias santificadoras; más destetados de este mundo, y mejor familiarizados con el otro. Estaban más llenos de los consuelos del Espíritu, se regocijaban más que nunca en el amor de Cristo y en la esperanza del cielo: en ella se tragaban todas sus penas y temores. Estaban llenos de los dones del Espíritu Santo; tenían poderes milagrosos para la promoción del Evangelio. Hablaban, no por pensamiento o meditación previa, sino según el Espíritu les daba la palabra.

Hechos 2:5-13

5-13 La diferencia de idiomas que surgió en Babel ha dificultado mucho la difusión del conocimiento y la religión. Los instrumentos que el Señor empleó por primera vez para difundir la religión cristiana no podrían haber progresado sin este don, que demostró que su autoridad era de Dios.

Hechos 2:14-21

14-21 El sermón de Pedro muestra que estaba completamente recuperado de su caída, y completamente restaurado al favor divino; porque él que había negado a Cristo, ahora lo confesaba audazmente. Su relato de la efusión milagrosa del Espíritu tenía por objeto despertar a los oyentes para que abrazaran la fe de Cristo y se unieran a su iglesia. Era el cumplimiento de la Escritura, y el fruto de la resurrección y ascensión de Cristo, y la prueba de ambas. Aunque Pedro estaba lleno del Espíritu Santo y hablaba en lenguas cuando el Espíritu le daba la palabra, no pensaba dejar de lado las Escrituras. Los eruditos de Cristo nunca aprenden por encima de su Biblia; y el Espíritu se da, no para eliminar las Escrituras, sino para capacitarnos para entenderlas, aprobarlas y obedecerlas. Ciertamente, nadie escapará a la condenación del gran día, excepto aquellos que invoquen el nombre del Señor, en y por medio de su Hijo Jesucristo, como el Salvador de los pecadores y el Juez de toda la humanidad.

Hechos 2:22-36

22-36 A partir de este don del Espíritu Santo, Pedro les predica a Jesús: y aquí está la historia de Cristo. Aquí hay un relato de su muerte y sufrimientos, que ellos presenciaron sólo unas semanas antes. Su muerte es considerada como un acto de Dios; y de maravillosa gracia y sabiduría. Así, la justicia divina debía ser satisfecha, Dios y el hombre reunidos de nuevo, y Cristo mismo glorificado, según un consejo eterno, que no podía ser alterado. Y en cuanto al acto del pueblo, en ellos fue un acto de horrible pecado y locura. La resurrección de Cristo eliminó el reproche de su muerte; Pedro habla ampliamente de esto. Cristo era el Santo de Dios, santificado y apartado para su servicio en la obra de la redención. Su muerte y sus sufrimientos debían ser, no sólo para él, sino para todos los suyos, la entrada a una vida bendita para siempre. Este acontecimiento había tenido lugar como se había predicho, y los apóstoles eran testigos. La resurrección no se basó sólo en esto; Cristo había derramado sobre sus discípulos los dones milagrosos y las influencias divinas, de las que fueron testigos de los efectos. A través del Salvador, se dan a conocer los caminos de la vida; y se nos anima a esperar la presencia de Dios y su favor para siempre. Todo esto surge de la creencia segura de que Jesús es el Señor y el Salvador ungido.

Hechos 2:37-41

37-41 Desde la primera entrega de ese mensaje divino, parecía que había un poder divino que lo acompañaba; y miles fueron llevados a la obediencia de la fe. Pero ni las palabras de Pedro, ni el milagro que presenciaron, podrían haber producido tales efectos, si no se hubiera dado el Espíritu Santo. Los pecadores, cuando se les abren los ojos, no pueden dejar de sentir una punzada en el corazón por el pecado, no pueden dejar de sentir una inquietud interior. El apóstol los exhortó a arrepentirse de sus pecados y a confesar abiertamente su creencia en Jesús como el Mesías, bautizándose en su nombre. Al profesar así su fe en él, recibirían la remisión de sus pecados y participarían de los dones y las gracias del Espíritu Santo. Separarse de los malvados, es la única manera de salvarse de ellos. Los que se arrepienten de sus pecados y se entregan a Jesucristo, deben demostrar su sinceridad separándose de los impíos. Debemos salvarnos de ellos; lo que denota evitarlos con temor y santo miedo. Por la gracia de Dios, tres mil personas aceptaron la invitación del Evangelio. No cabe duda de que el don del Espíritu Santo, que todos ellos recibieron, y del cual ningún verdadero creyente ha sido excluido, fue ese Espíritu de adopción, esa gracia convertidora, guiadora y santificadora, que se otorga a todos los miembros de la familia de nuestro Padre celestial. El arrepentimiento y la remisión de los pecados todavía se predican al principal de los pecadores, en el nombre del Redentor; todavía el Espíritu Santo sella la bendición en el corazón del creyente; todavía las promesas alentadoras son para nosotros y nuestros hijos; y todavía las bendiciones se ofrecen a todos los que están lejos.

Hechos 2:42-47

42-47  En estos versos tenemos la historia de la iglesia verdaderamente primitiva, de los primeros días de ella; su estado de infancia ciertamente, pero, como eso, el estado de su mayor inocencia. Se aferraban a las santas ordenanzas, y abundaban en piedad y devoción; porque el cristianismo, cuando se admite en el poder de él, dispondrá al alma a la comunión con Dios en todas aquellas formas en que él nos ha designado para encontrarnos con él, y ha prometido encontrarnos. La grandeza del acontecimiento los elevó por encima del mundo, y el Espíritu Santo los llenó de tal amor, que hizo que cada uno fuera para otro como para sí mismo, y así hizo que todas las cosas fueran comunes, no destruyendo la propiedad, sino haciendo desaparecer el egoísmo, y provocando la caridad. Y Dios, que los movía a ello, sabía que pronto iban a ser expulsados de sus posesiones en Judea. El Señor, de día en día, inclinaba los corazones de más personas a abrazar el Evangelio; no sólo de los profesantes, sino de los que realmente eran llevados a un estado de aceptación con Dios, siendo hechos partícipes de la gracia regeneradora. Aquellos que Dios ha designado para la salvación eterna, serán efectivamente llevados a Cristo, hasta que la tierra sea llena del conocimiento de su gloria.


×

Hechos 2

5. Pentecostés y el discurso de Pedro, 2:1-41

Según el relato, el acontecimiento que se narra no tiene sentido más que cuando se lo sitúa en el contexto de pensamiento de quienes lo viven. Está claro en lo que se refiere a las citas de Joel (2:17–21), del Salmo 16 (2:25–28), del Salmo 110 (2:34, 35) y de Isaías 57:19 (2:39); pero también, de manera menos palpable, en la alusión a la fiesta judía de Pentecostés (2:1) y a las tradiciones judías sobre el significado de esa ocasión.

(1) Pentecostés, 2:1–13.
Puede ser útil precisar el significado de Pentecostés en el primer siglo. Había tres grandes festivales judíos a los cuales todo varón judío que viviera dentro de un radio de 30 km. de Jerusalén estaba obligado legalmente a asistir: la Pascua, Pentecostés y la fiesta de los Tabernáculos. El término griego pentekosté G4005 significa “cincuenta”. En el calendario judío designa la fiesta que se celebraba cincuenta días después de la Pascua (otro nombre para Pentecostés era Fiesta de las Semanas; se llamaba así porque eran cincuenta días, que equivale a una semana de semanas). En su origen fue una fiesta agrícola para celebrar la recolección de trigo, y en ella se ofrecían los primeros panes de la nueva cosecha (ver Exo. 23:16). Pero, a principios del cautiverio en Babilonia, en el siglo V. a. de J.C., cambió la celebración de un acontecimiento agrícola que tenía lugar todos los años y pasó a ser la celebración de un acontecimiento único y central, es decir, el pacto del Sinaí. Una tradición rabínica añadió al significado de Pentecostés la conmemoración de la promulgación de la ley en Sinaí. En el siglo III a. de J.C., parece ser que a esta fiesta de Pentecostés correspondía la celebración de una renovación del pacto (2 Crón. 15:10–15). En todo caso, parece cierto que en la época de Cristo esta fiesta conmemoraba la entrega de la ley de Dios por medio de Moisés. La celebración de esta alianza permitía renovarla.

En este acontecimiento se encuentra la misma relación entre Pascua y Pentecostés que se ve en el pensamiento judío durante su historia. Israel ha sido salvado de Egipto y del mar (Exo. 14–15; comp. 1 Cor. 10:1–4) para entrar en pacto con Dios en el Sinaí (Exo. 19). Debido a estos dos eventos, Israel se sentía constituido como pueblo, por haber sido salvado de las fuerzas de la destrucción y de la muerte y establecido en la existencia de las naciones por medio del encuentro con Dios y su palabra. La salvación y el establecimiento son elementos básicos en la creación del pueblo de Dios en el AT. Israel contemplaba su liberación como el principio de su creación. En el libro de Exodo el nacimiento de un pueblo coincide con su liberación de la esclavitud de Egipto. Y luego la liberación de Babilonia fue contada en un nuevo éxodo (o un éxodo renovado).

Es probable que el hecho de Pentecostés en Los Hechos haya sido coloreado en su presentación literaria con el trasfondo de las teofanías del Sinaí y quizá también con la confusión de lenguas en Babel. Eso fue así a fin de hacer resaltar más claramente dos ideas fundamentales que dirigirán la trama de todo el libro de Los Hechos, a saber: la presencia divina en la iglesia, representada por el Espíritu Santo (2:1–4) y la universalidad de esta iglesia, representada ya en germen en esa larga lista de pueblos enumerados (2:5–11). El trasfondo del AT se dejaría traslucir sobre todo en las expresiones que se encuentran en este pasaje. En el relato de la escena del Sinaí el libro de Exodo dice: Todo el pueblo percibía los truenos, los relámpagos, el sonido de la corneta y el monte que humeaba. Al ver esto, ellos temblaron y se mantuvieron a distancia (Exo. 20:18). Los rabinos decían que la voz de Dios, al promulgar la ley en el Sinaí en medio de truenos y relámpagos (ruido y fuego), se dividió en 70 lenguas, número de pueblos que según la creencia judía existían entonces a raíz de la dispersión de Babel, y resonó hasta comprender a todas las naciones. Es sabido que los judíos pensaban, según Génesis 10, que había 70 naciones en el mundo.

En este sentido, concluyen algunos que así como la ley mosaica fue dada el día de Pentecostés, así la ley nueva, que consiste primariamente en la gracia del Espíritu Santo y que ha de substituir la ley antigua, debía ser proclamada en ese mismo día. Algunos comentaristas opinan que el milagro de las lenguas (2:4) era como un dar la vuelta al influjo destructivo de Babel, que separó a los pueblos por la diversidad de lenguas. A la fiesta de Pentecostés acudía tal vez tanta o más gente que a la Pascua. Esto explica la cantidad de países mencionados en este capítulo, porque nunca había en Jerusalén una multitud más internacional que en ese momento.

Es posible que Lucas, ahora escribiendo después de una reflexión sobre los primeros treinta años de vida del movimiento cristiano primitivo (e inspirado por el Espíritu Santo), comenzó con la fiesta de Pentecostés y de esta manera trató de hacer resaltar algunas de las mismas ideas judías. Pero ya Lucas está interpretando la revelación del AT a la luz de la revelación superior, la de la encarnación de Dios en Jesucristo (Mat. 5:21–37; Hech. 6:8–14; 7:51–53; Heb. 1:1–4). ¿No dijo Jesús: No penséis que he venido para abrogar la Ley o los Profetas. No he venido para abrogar, sino para cumplir (Mat. 5:17)? ¿Y no escribió Pablo: En otras generaciones, no se dio a conocer este misterio a los hijos de los hombres, como ha sido revelado ahora a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu, a saber: que en Cristo Jesús los gentiles son coherederos, incorporados en el mismo cuerpo y copartícipes de la promesa por medio del evangelio (Ef. 3:5, 6)?

Pero haya o no trasfondo de narraciones del AT en su presentación literaria, no hay motivo alguno para dudar la historicidad del hecho. Vamos a ver cuales son las afirmaciones fundamentales de Lucas.

Importancia de Pentecostés en la historia del pueblo de Dios.
Pentecostés como es narrado aquí por Lucas forma un escenario de enorme trascendencia en la historia de la iglesia. A ello, como a algo extraordinario, se refería Jesucristo cuando, poco antes de la ascensión, avisaba a los discípulos de que no se ausentasen de Jerusalén hasta que llegara este día. Es ahora precisamente cuando puede decirse que se renueva el pueblo de Dios y va a comenzar la historia del establecimiento del movimiento cristiano. Pues es ahora cuando el Espíritu Santo desciende visiblemente sobre él para darle la vida y ponerlo en movimiento. Los discípulos, antes tímidos (Mat. 26:56; Juan 20:19), se transforman en valientes difusores de la doctrina de Cristo (2:14; 4:13, 19; 5:29). Para Lucas esta presencia de Dios en poder (Luc. 24:49) en la comunidad cristiana es un momento crucial en la vida de la comunidad, porque refleja su lugar de importancia entre los eventos más importantes en la historia sagrada.

La venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
La afirmación fundamental del pasaje está en las palabras del v. 4: Todos fueron llenos del Espíritu Santo. Todo lo demás, de que se habla antes o después, no son sino manifestaciones exteriores para hacer visible esa gran verdad. A eso tiende el ruido como de un viento violento que se oye en toda la casa (v. 2). Era como un primer toque de atención. A ese fenómeno acústico sigue otro fenómeno de naturaleza física: unas llamitas en forma de lenguas como de fuego que se reparten y van posándose sobre los reunidos (v. 3). Los dos fenómenos pretenden lo mismo: llamar la atención de los reunidos de que algo extraordinario está sucediendo. Y notamos que tanto el viento como el fuego eran los elementos que solían acompañar las manifestaciones de Dios en el AT (Exo. 3:2; 24:17; 2 Sam. 5:24; Eze. 1:13) y por eso es que los discípulos pensaron que se hallaban ante una epifanía, la prometida por Jesús pocos días antes, al anunciarles que serían bautizados en el Espíritu Santo.

Esta venida del Espíritu Santo sobre la comunidad cristiana en el día de Pentecostés es comparable con la venida del Espíritu Santo sobre Jesús en su bautismo (Luc. 3:22). La guía divina en términos del Espíritu Santo es un énfasis que ocurre una y otra vez en Los Hechos (2:4, 17, 33, 38; 4:8, 31; 5:3; 6:3, 5; 7:55 s.; 8:17, 29; 10:19; 11:12, 15 s.; 13:2, 4; 15:8, 28; 16:6; 19:2, 6; 20:23; 21:11; 28:25).

Esta presencia divina no se presenta siempre como la intervención del Espíritu Santo. Por ejemplo, en la historia de Felipe y el eunuco hay un intercambio entre Un ángel del Señor (8:26) que envió a Felipe por el camino de Jerusalén a Gaza y el Espíritu que dijo a Felipe: “Acércate y júntate a ese carro“ (8:29). Aparentemente fue el mismo Espíritu (el Espíritu del Señor) que arrebató a Felipe después del bautismo del eunuco (8:39). En la conversión de Pablo fue Jesús quien habló directamente a Pablo (9:4, 5), y el Señor Jesús quien habló a Ananías (9:10, 15, 17); se menciona sólo indirectamente al Espíritu Santo (9:17).

La importancia mayor del Espíritu Santo (especialmente en la primera mitad de Los Hechos) es comparable con el mismo énfasis en el Evangelio de Lucas. En el Evangelio se muestra que Juan el Bautista había de ser lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre (Luc. 1:15). El Espíritu Santo había de venir sobre María y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra (Luc. 1:35). Elisabet y Zacarías fueron llenos del Espíritu Santo (Luc. 1:41, 67). El Espíritu estaba sobre Simeón, quien vio en Jesús la salvación de Dios para todos los pueblos (Luc. 2:51 s.). El Espíritu Santo vino con gran poder sobre los discípulos quienes lo estaban esperando el día de Pentecostés, pero esto no se debe entender como la primera venida del Espíritu Santo. Ni tampoco fue la primera vez que los discípulos (como personas individuales) fueron llenos del Espíritu Santo. El AT da testimonio a la actividad del Espíritu en toda la historia del hombre; y en el NT la actividad del Espíritu se presenta como estando relacionada con los eventos del AT en la vida y el ministerio de Jesucristo (como se ve en los Evangelios). Dios nunca ha dejado al mundo que él creó sin su presencia santa (el Espíritu Santo).

La gran liberación del poder en el día de Pentecostés en ninguna manera debe ser minimizada, pero es evidente que ello no sobresalió tan distintivamente durante el primer siglo como para algunos grupos cristianos de hoy día. Este día no se menciona en ningún escrito de los existentes del primer siglo fuera del cap. 2 de Los Hechos. Era el día de la resurrección y no el de Pentecostés el que sobresalía. Sin la resurrección de Jesús no hubiera habido un Pentecostés cristiano. Y además se encuentran en Los Hechos otros acontecimientos comparables a aquello del Pentecostés. Cuando el evangelio alcanzó a Cornelio (cap. 10) y algunos seguidores de Juan el Bautista (cap. 19), también había efusiones semejantes a aquella en Jerusalén. Estas etapas mayores del progreso en la expansión del evangelio entre grupos nuevos fueron autenticados por el Espíritu Santo con manifestaciones vigorosas.

Resumen de los pensamientos sobre la importancia de Pentecostés.
Básicamente el AT es la historia del llamamiento y la creación de Israel. Hablando precisamente, Dios no llamó a Israel; llamó a personas para que conformaran Israel. Una nación no tiene oídos y no puede ser llamada. Dios habla a individuos; sus llamados son de persona a persona y no de central a central. Llama a individuos para que lleguen a ser personas relacionadas con otras personas en la comunidad.

Cuando Adán perdió el rumbo de su verdadero destino, dándose a la falacia de la autosuficiencia, Dios se dio a la creación de un pueblo verdadero para sí. El llamado de Abraham, Isaac y Jacob tenía en vista la creación de un pueblo que fuera su posesión. Cuando el Israel nacional se mostró como carnal, al buscar como Adán el ser suficiente en sí mismo, Dios se volvió a la creación de un remanente. El mismo remanente se mostró como carente de fijeza y finalmente llegó a la concreción de una persona, el verdadero Hijo del Hombre, el verdadero siervo de Dios, Cristo Jesús. Pero, paradójicamente, él vino como una persona individual y como un cuerpo. En él fue creado un nuevo hombre (Ef. 2:15); el verdadero Israel de Dios (Gál. 6:16; Rom. 9:6), la simiente de Abraham (Gál. 3:29); una raza elegida, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (1 Ped. 2:9).

El propósito de Dios al crear en Israel a su pueblo, expuesto a lo largo del AT, es una historia continuada en el NT. En Cristo, Dios ha venido a llamar y crear a su pueblo. La comunidad de personas en Cristo es Israel limpiado y constituido. La iglesia en el NT es una nueva creación, pero en cierto sentido es el Israel reconstituido. Abraham, Isaac y Jacob se sentarán junto con Pedro, Santiago y Juan, así como las gentes del oriente y del occidente (Mat. 8:11). Este verdadero Israel es la iglesia, la ekklesía G1577 de Dios.

Llenos del Espíritu Santo.
Ya que el significado de lo que quiere decir ser “lleno del Espíritu Santo” o “la plenitud del Espíritu Santo” es un problema candente entre los cristianos interesados en la vida espiritual, vamos a examinarlo un poco más a fondo. Vale la pena mencionar que no hay que confundir la presencia del Espíritu Santo con las señales exteriores. La venida del Espíritu fue acompañada por un sonido semejante al de un movimiento violento de viento. Los exégetas tempranos reconocían que Lucas no estaba describiendo el sonido del viento sino algo semejante a una ráfaga de un viento poderoso. Ni tampoco dice Lucas que lenguas de fuego aparecieron a los discípulos sino que les aparecieron lenguas como o similares al fuego. Estas señas perceptibles y visibles fueron solamente un fenómeno pasajero; la presencia y el poder del Espíritu Santo eran la realidad permanente e importante.

La creencia en la presencia del Espíritu se basaba sobre una experiencia. No era una mera doctrina que los discípulos buscaban perpetuar; más bien era una experiencia personal que no podían dejar de proclamar. Se encontraron a sí mismos conscientes de una Presencia, diciendo y haciendo cosas que les ocurrían a ellos y a otros debido a un poder irresistible que les mandó hacer o decir cosas que nunca habían contemplado previamente.

La frase “plenitud del Espíritu” es una forma de expresar una verdad que, a través del NT, se expresa también de otras maneras. Describimos el mismo fenómeno cuando hablamos de ser bautizados en o con el Espíritu Santo, la venida del Espíritu Santo en o sobre alguien, la vida cristiana victoriosa, el señorío de Cristo y el ser crucificado con Cristo y resucitado con él. La frase que utilizamos para expresar la vida ideal depende de nuestro punto de vista. Vista en su relación con el pecado, la tentación y la preocupación, la vida cristiana es la vida cristiana victoriosa. Vista en su relación con Cristo, es el señorío de Cristo. Vista en su relación con el Espíritu Santo, es la plenitud del Espíritu. Un autor opina que el ser lleno del Espíritu es o debe ser “la vida cristiana normal”.

En el día de Pentecostés todos los discípulos que estaban presentes fueron llenos del Espíritu Santo (v. 4). Pero esta misma expresión describe también a Juan el Bautista, Elisabet, Zacarías, Esteban y Bernabé. Antes y después de Pentecostés, el pueblo de Dios fue lleno del Espíritu Santo. Esta plenitud sí era pentecostal, pero también prepentecostal y postpentecostal. En el NT se nos dice específicamente cómo esta plenitud del Espíritu Santo afectaba las vidas y el ministerio de aquellos que fueron así llenados.

Juan el Bautista fue lleno con el Espíritu Santo y predicó. No predicó en sonidos extáticos consistiendo en pronunciaciones ininteligibles, sino en lenguaje tan sencillo que todo el mundo podía entender. Zacarías fue lleno del Espíritu Santo y profetizó... (Luc. 1:67). Lucas nos presenta el contenido de su profecía. Era proclamación inspirada, predicación inteligible. Zacarías no estuvo presente el día de Pentecostés. Era un sacerdote judío que oficiaba en el templo judío. Fue lleno con el Espíritu Santo antes de Pentecostés, antes del nacimiento de Jesús y antes del nacimiento de Juan el Bautista. Fue lleno del Espíritu Santo y así fue habilitado para adorar a Dios, vivir en santidad y rectitud y predicar las buenas nuevas de redención. Esteban fue un hombre lleno... del Espíritu Santo (Hech. 6:5). La primera cosa que aprendemos de Esteban es que era uno de los siete escogidos para atender las necesidades materiales de los pobres. Más tarde notamos que él predicó, no en expresiones ininteligibles de lenguas extrañas, sino en palabras simples y comprensibles. Bernabé es otro hombre de quien leemos que era lleno del Espíritu Santo (Hech. 11:24). La primera cosa que conocemos de Bernabé es que vendió un campo y entregó la cantidad total a la iglesia para el bienestar de los pobres (Hech. 4:37). Esto es la espiritualidad verdadera. Esto es un fruto de un hombre lleno del Espíritu. Ser lleno del Espíritu Santo no significa que Bernabé era sin pecado o que era un hombre perfecto. El falló en Antioquía, junto con Pedro, cuando se retraía de comer en la misma mesa con los hermanos incircuncisos (Gál. 2:11–14). Ser lleno del Espíritu Santo no hizo a Bernabé un hombre perfecto y sin pecado. Ni, que sepamos, habló en lenguas; pero sí el Espíritu Santo lo hizo un hombre bueno en hecho y en palabra.

Ser lleno del Espíritu Santo no es un privilegio restringido o exclusivo de unos cuantos favorecidos. No era una segunda bendición, reservada para el Pentecostés o para algunos selectos en cualquier época o para quienes se consideran pertenecientes a una genealogía pentecostal. El ser llenos del Espíritu Santo no produjo una vida sin pecado. El ser llenos del Espíritu Santo no produjo necesariamente lenguas ininteligibles y un orgullo personal sobre una excelencia o superioridad espiritual asumida.

¿Cuáles, pues, son las señales verdaderas de la plenitud del Espíritu Santo? Un estudio del libro de Los Hechos sugiere, por lo menos, algunas de las siguientes indicaciones de que uno está lleno del Espíritu: manifestar el carácter de Cristo, llevar una vida de testimonio, estar bajo la dirección del Señor, ejercer eficientemente los dones del Espíritu, espontaneidad en la vida y una conciencia de la presencia de lo divino. Los que estaban llenos del Espíritu Santo se dieron a sí mismos en servicio humilde y en sacrificio: el evangelio para los perdidos, comida para los hambrientos, apoyo para los oprimidos (Luc. 4:18, 19).

Hablar en lenguas. El hablar en lenguas es un asunto mencionado en el NT solamente en el libro de Los Hechos y 1 Corintios. En cuanto a Marcos 16:17, no se encuentra en los manuscritos más viejos y dignos de confianza y se cree que fue añadido más tarde durante la transmisión del texto. Leemos distintas lenguas y lenguas en Hechos 2:4; 10:46 y 19:6. Los caps. 12–14 de 1 Corintios tratan principalmente con una forma de lenguas en Corinto que no es semejante al fenómeno en Pentecostés (Hech. 2). No hay un término griego en el NT para lenguas desconocidas.

Lucas nos informa de un acontecimiento asombroso en Jerusalén durante la fiesta de Pentecostés después de la muerte y resurrección de Jesús. No sabemos realmente qué sucedió en Pentecostés. Lo cierto es que los discípulos tuvieron la experiencia de que el poder del Espíritu Santo inundaba sus vidas como nunca antes. Debemos recordar que Lucas no fue testigo ocular de esta parte de Hechos y que probablemente estaba transmitiendo una historia que había escuchado en su investigación (Luc. 1:1–4). Si fuera que Lucas empleara fuentes extrabíblicas o no, el cap. 2 pertenece a Los Hechos como nos ha llegado y es apropiado procurar comprenderlo como está en el texto. En Hechos 2 el don de lenguas se ve como un milagro de cierta clase, fuera del hablar, o del oír o de ambos. En Jerusalén estaban reunidos peregrinos judíos, habiendo llegado de muchos países con sus diferentes fondos lingüísticos. Lo que los asombró era que cada uno podía entender en el lenguaje o dialecto de su nacimiento (v. 8). Lucas da énfasis al hecho del entendimiento sin explicar cómo fue posible. Explicarlo sobre bases de acuerdo con la historia natural, por ejemplo, que se hablaban varios lenguajes conocidos (como si no fuera un milagro), no parece ser el propósito de Lucas. La sorpresa de la gente no ocurrió porque encontró en uso varios lenguajes, en vista que era una experiencia común en aquel entonces como hoy en día en el Medio Oriente. Lucas indica que era el don del Espíritu Santo y no la competencia lingüística de la gente la que hizo posible la comprensión en esta ocasión.

Lucas intenta presentar un milagro. Era el Espíritu Santo quien, al comenzar ellos a hablar en distintas lenguas... les daba que hablasen (v. 4). Pedro rechazó la acusación infundada de embriaguez e identificó la experiencia como el cumplimiento de la promesa que se encuentra en el profeta Joel, quien predijo la efusión del Espíritu en los últimos días, llevada a cabo por profecía, que quiere decir predicación inspirada (2:15 ss.). Pedro interpretó esto en términos de la predicación inspirada y evangelística que fue diseñada para que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo (vv. 17–21). Esto no implica lo que algunos carismáticos han concluido: un éxtasis en masa de parte de los discípulos que incluye erupciones de hablar en lenguas.

El énfasis real de Lucas en Hechos 2 es sobre el don del Espíritu Santo, y sólo secundariamente sobre las lenguas. Los fenómenos del ruido como de viento violento, las lenguas como de fuego y el hablar en lenguas, pretenden lo mismo: llamar la atención de los reunidos a que algo extraordinario está sucediendo. Su finalidad era servir de consuelo a los fieles al verse así favorecidos con la presencia del Espíritu Santo, y al mismo tiempo llamar la atención y provocar el asombro de los infieles, disponiéndoles a la conversión (8:18, 19; 1 Cor. 14:22). Lo que sí emerge con fuerza es que el énfasis de Lucas es sobre el Espíritu Santo, y no primariamente en el medio que fue dado en ese momento. Las lenguas, en el patrón y sentido de Pentecostés, cesaron; el Espíritu permanece.

Solamente dos veces fuera del cap. 2 se mencionan las lenguas en el libro de Los Hechos: en Cesarea (10:46) y en Efeso (19:6). En cada caso el enfoque principal es sobre el Espíritu Santo: el don de lenguas representa sólo una manifestación de la presencia del Espíritu. Puede ser importante que cada una de las tres citas del don de lenguas cae en una ligazón importante en el progreso del evangelio: (1) De los judíos de Jerusalén en Pentecostés (cap. 2) a (2) la casa de Cornelio en Cesarea (cap. 10) y (3) a los seguidores de Juan el Bautista (cap. 19) quienes debieran haber seguido a Jesucristo. No hay certidumbre tocante a la naturaleza precisa de las lenguas en Cesarea y Efeso, si fueron semejantes a las lenguas comprensibles en Pentecostés o fueron como las lenguas ininteligibles en Corinto. Aparentemente no hubo una barrera lingüística en Cesarea y Efeso como fue el caso en Jerusalén, y por eso no había necesidad de un milagro de comunicación como en Jerusalén. Esto favorece un paralelo con Corinto más bien que con Jerusalén, pero no es demostrable. Lucas dice que los de Cesarea les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios (10:46), y los de Efeso hablaban en lenguas y profetizaban (19:6). Por lo menos glorificar a Dios parece implicar hablar en forma inteligible; y en 1 Corintios profecía se distingue de lenguas; esto siendo ininteligible y aquello inteligible. El fenómeno en Cesarea y Efeso podía corresponder al de Corinto y representar un punto medio entre las lenguas de Jerusalén y las de Corinto. Lo que sí es claro es la distinción aguda entre las lenguas en Pentecostés y en Corinto.

Aparte de Hechos, el fenómeno de las lenguas se conoce en el NT sólo en 1 Corintios 12–14. Si las lenguas representan el don supremo del Espíritu, como opinan algunos carismáticos, parece extraño que Jesús mismo, el portador del Espíritu, no utilizaba este don. Al contrario, Jesús despreciaba las vanas repeticiones y la palabrería como algo pagano y no apropiado para la oración del pueblo de Dios (Mat. 6:7). Algunas veces se guardaba silencio (Mat. 27:14; Mar. 15:4 s.; Luc. 23:9; Juan 19:9 s.), pero nunca se declaraba en sonidos extáticos e ininteligibles. El se conmovió en espíritu y se turbó (Juan 11:33), pero esto no es lenguas. Fue una expresión inarticulada de profunda emoción, una experiencia humana universal bajo presión. Cuando Jesús hablaba era en el lenguaje de la gente que estaba frente a él, directo, sencillo y profundo en significado como se nota en las bienaventuranzas y las parábolas.

Es notable que de todas las cartas de Pablo, solamente en 1 Corintios se encuentra algún rastro de las lenguas. Pablo hablaba mucho del Espíritu Santo y poco de las lenguas. En Romanos, por ejemplo, se encuentra mucha atención en cuanto al Espíritu Santo (Rom. 5:5; 7:6; 8:2, 6–14, 26, 27; 14:17), pero Pablo nunca menciona las lenguas. Gálatas nos presenta instrucciones para aquellos que son espirituales (Gál. 6:1) y describe el fruto del Espíritu (Gál. 5:22), pero no dice nada de las lenguas.

En 1 Corintios 12–14 el hablar en lenguas se trata como un problema y no como una señal de excelencia. Pablo no escribió para animar a la iglesia a que pusiera más énfasis en las lenguas, sino para alcanzar el control del problema (1 Cor. 14:27). Pablo no anima el hablar en lenguas, sino que avisa contra varios peligros relacionados con las lenguas y establece varios controles para que la práctica no pudiera exagerarse demasiado. Se abstuvo de abolir la experiencia de hablar en lenguas, pero la clasificó como el menor de los dones del Espíritu y predijo: ... cesarán las lenguas (1 Cor. 13:8).

Pablo contempló las lenguas como una amenaza triple para el movimiento cristiano: (1) A la fraternidad de la iglesia; (2) a las personas que hablaban en lenguas; (3) a la influencia de la iglesia en el mundo. En 1 Corintios 12 se describe a la iglesia como el cuerpo de Cristo, haciendo hincapié en la diversidad de dones espirituales y en la provisión del Espíritu para ambos, la unidad y la variedad en la iglesia. Sin embargo, una lectura rápida de 1 Corintios expone la amplitud del problema en Corinto. Había orgullo espiritual, celos y rivalidad sobre los dones espirituales. El cap. 14 indica que mucho del problema se debió al hablar en lenguas.

El cap. 13 de 1 Corintios, el gran capítulo del amor, fue compuesto precisamente para confrontar el problema de las lenguas. El amor es el camino más excelente (1 Cor. 12:31); y sin amor, hablar en lenguas de hombres y de ángeles es nada más que un sonido vacío (1 Cor. 13:1). El amor es el camino excelente y supremo de Dios. Al contrario, cesarán las lenguas (1 Cor. 13:8). El amor de Dios es la carretera sin fin; las lenguas son un callejón sin salida. Algunos dones, como el de conocimiento, cederán a algo más maduro, como el habla de un niño cede al habla de un hombre, o como la reflexión en un espejo cede a un encuentro cara a cara; pero no hay tal promesa en cuanto a las lenguas. Simplemente cesan.

El cap. 14 aclara las limitaciones para lo bueno del hablar en lenguas y también su potencial hacia el abuso y el daño. A lo mejor, uno que hable en lenguas habla a Dios pero no a los hombres, porque nadie le entiende (1 Cor. 14:2). Se compara las lenguas con la profecía, que es el hablar inspirado que edifica, exhorta y consuela (14:3). Las lenguas son concentradas en sí mismas, el que habla está interesado en su propio bien; al contrario, la profecía se usa para la edificación de la iglesia (14:4). El énfasis principal de Pablo en 14:1–19 y en cualquiera otra parte es que el cristiano debe buscar el don de profecía antes que el don de lenguas. El sonido extático e ininteligible con su egoísmo es un pobre substituto para la preocupación de amor en hablar en palabras que fortalezcan y unifiquen a la iglesia.

Otro peligro que encontramos en el uso de las lenguas es el testimonio de la iglesia para los que están fuera de ella. Para ellos el hablar en lenguas es locura (1 Cor. 14:23). Son sin sentido para los visitantes no acostumbrados a tal actividad (14:16), y alejan a los forasteros. A lo mejor, las lenguas representan un misterio para ellos (14:22); o lo peor, se persuaden a sí mismos que la iglesia crea locura (14:23).

Entonces podemos concluir que Pablo nos da tres razones para la superioridad de la profecía (quiere decir predicación inspirada) sobre el hablar en lenguas: (1) La predicación es superior porque edifica a la iglesia; (2) la predicación es superior porque puede ser entendida por todo el mundo; (3) la predicación es superior porque puede ser usada por el Espíritu Santo para ganar a la gente perdida para Jesucristo.

(2) Discurso de Pedro, 2:14–41.
Para Pedro, Pentecostés es la consumación de un sueño. Por muchos siglos los judíos habían soñado con el Día del Señor, el día en que Dios irrumpiría en la historia. Ahora, en Jesús, ese día ha llegado. Por detrás de toda la imaginería gastada había una gran verdad en Jesús: Dios en persona llegó a la escena de la historia humana.

Todo el discurso nos confronta con una de las concepciones básicas y dominantes tanto del AT como del NT: la del Día del Señor. Tanto en uno como en el otro hay mucho que no puede entenderse completamente a no ser que conozcamos los principios básicos que están detrás de este concepto. Los judíos nunca perdieron la convicción de que eran el pueblo escogido de Dios. Interpretaban esa posición en el sentido de que fueron seleccionados para recibir honores y privilegios especiales entre las naciones. La historia había sido para ellos un gran fracaso. Por tanto, poco a poco, llegaron a la conclusión de que lo que el hombre no podía hacer debía hacerlo Dios mismo. Comenzaban, entonces, a esperar el día en que Dios intervendría directamente en la historia y los exaltaría al honor del cual soñaban. El día de esa intervención era el Día del Señor. Como ya se notó en el capítulo anterior, los judíos dividían todo el tiempo en dos edades: la era presente, completamente malvada y destinada a la destrucción; y la era venidera que sería la edad áurea de Dios. Entre ambas estaba el Día del Señor que sería el nacimiento terrible de la nueva era. Llegaría de repente como un ladrón en la noche; sería un día en el que el mundo temblaría hasta en sus fundamentos, y el universo mismo se destrozaría, desintegrándose; sería un día de juicio y terror. A través de los libros proféticos del AT y en muchos del NT hay descripciones de ese día: Isaías 2:12; 13:6 ss.; Amós 5:18; Sofonías 1:7; Joel 2; 1 Tesalonicenses 5:2 ss.; 2 Pedro 3:10.

Este discurso de Pedro es un pasaje lleno de la esencia del pensamiento de los predicadores primitivos, y a la vez inaugura la apologética cristiana. En él podemos ver el esquema o modelo de lo que había de constituir la predicación o kérugma G2782 apostólico (ver 3:12–26; 4:9–12; 5:29–32; 10:34–43; 13:16–41). El kérugma es un término que se usa para identificar el mensaje esencial de las buenas nuevas. El kérugma sirve como modelo que constituye el bosquejo original de nuestra tradición del evangelio. Tal esquema consta de cuatro partes principales: (1) Testimonios del AT probando que Jesús es el Mesías; (2) un relato del ministerio público y de la pasión de Jesús; (3) la confirmación divina de su mesianismo en la resurrección, de la cual los apóstoles afirmaban ser testigos oculares; y (4) una exhortación al arrepentimiento y a la fe.

Contra la aceptación de ese kérugma de parte de los judíos se levantaba una enorme dificultad, la cual era la pasión y muerte ignominiosa de ese Jesús Mesías. A ella responde Pedro que todo ocurrió por el predeterminado consejo y el previo conocimiento de Dios (v. 23); y, por eso, la muerte no ocurrió porque sus enemigos prevalecieran contra él (ver Juan 7:30; 10:18), sino sólo porque así lo había decretado Dios para la salvación de los hombres (Juan 3:16; 14:31; 18:11; Rom. 8:32).

Y además, para Pedro Pentecostés es ante todo la consumación del misterio de Cristo: ¡A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos! Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís (vv. 32, 33). Escribirá Juan luego: Esto dijo [Jesús] acerca del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, pues todavía no había sido dado el Espíritu, porque Jesús aún no había sido glorificado (Juan 7:39). Por la humanidad de Jesús es como Dios nos da su Espíritu y para ello era necesario que esa humanidad fuera introducida en la gloria del Padre. Ahora ya se ha realizado esto (la ascensión) y Pentecostés nos prueba que Jesús ha sido exaltado. Los cielos que estaban cerrados (según una creencia familiar de los judíos de los últimos siglos antes de Cristo, los cielos estaban cerrados y el Espíritu Santo no había descendido aún sobre nadie en Israel, desde la desaparición de los últimos profetas) se abrieron en el bautismo de Jesús, pero personalmente para él. En Pentecostés se abren de nuevo para que el Mesías entronizado en la gloria pueda enviar el Espíritu a su iglesia, permitiendo de esta manera vivir realmente al nuevo pueblo de Dios. Por tanto, han llegado ya los tiempos mesiánicos anunciados por Joel.

Este Espíritu se les da a los hijos de la promesa (2:39), a esos judíos que se han hecho discípulos de Cristo y que forman el nuevo Israel; pero se les da también a los paganos ... y para todos los que están lejos (v. 39). Ahora todos los hombres pueden verse afectados por esta buena nueva. Queremos notar que Pablo también habla de este misterio de Cristo en la epístola a los efesios (Ef. 3:1–13).

En el discurso de Pedro se encuentra el v. 38 que se usa como texto de prueba por aquellos que creen en la regeneración bautismal. En primer lugar, el método de texto de prueba es un recurso que, si no es erróneo, es débil, quienquiera que lo use. Casi cualquier individuo puede enseñar lo que desea, autorizándolo en la Biblia, según su propia hermenéutica y su propio juicio. Un “texto de prueba” es aquel que queda solo o aislado, no teniendo ningún apoyo claro en las Escrituras en forma total, o aun se lo puede contradecir por la Escritura en su totalidad. Al contrario, un “texto de resumen” es aquel que recoge en una declaración clásica una enseñanza o un número de enseñanzas. Juan 3:16, por ejemplo, es un “texto de resumen”, no es un “texto de prueba”, porque abraza verdades que son establecidas en la Biblia aparte de este gran versículo. La enseñanza clara del NT en su totalidad excluye la regeneración bautismal. Y además el sentido común lo excluye también; el resultado espiritual que se desea no se puede realizar a través de un medio físico. Eso no es pasar por alto el hecho importante de que cualquier función física (por ejemplo, las ordenanzas) asume significado moral y espiritual en términos de las actitudes y motivos de las que surgió. Por ejemplo, el bautismo por inmersión en agua tiene significado si de veras la persona ha muerto en Cristo (Rom. 6:3–11). El perdón de pecados y el don del Espíritu Santo no están atados a un rito físico y arbitrario. Dios nunca es arbitrario.

Así, pues, se puede concluir que ciertamente es el Padre el que va a cumplir sus designios anunciados en las Escrituras. Y los va a llevar a cabo por medio de Jesús, Señor y Cristo. Pero este Jesús exaltado inaugura una nueva forma de presencia en su iglesia: envía, da la misión, para que prosigan su nombre, a dos agentes: el Espíritu que realizará interiormente lo que los discípulos proclaman y hagan exteriormente, sobre todo con la predicación y la afirmación del evangelio de Jesucristo (las buenas nuevas). Este nuevo pueblo de Dios (1 Ped. 2:4–10), que es la iglesia de Jesucristo, establecido en el Nuevo Pacto, está equipado para lograr su tarea que es el ministerio y la palabra de la reconciliación (2 Cor. 5:17–20). Vive y empieza ese desarrollo que se verá en el resto de Los Hechos y que sólo se acabará al final de los tiempos. No queremos pasar por alto que fueron añadidas en aquel día como tres mil personas (v. 41).

6. La vida de los primeros fieles, 2:42-47

Bellísimo retrato de la vida íntima de la comunidad cristiana de Jerusalén éste que nos presenta Lucas. Más importante que las señales (como los vientos y lenguas de fuego) exteriores y los medios temporarios (hablar en lenguas) empleados en Pentecostés es la presencia permanente del Espíritu Santo y los efectos saludables sobre la iglesia. El Espíritu los facultaba, los unía, y les daba una fraternidad hermosa. Y los discípulos y las tres mil personas seguían en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones (v. 42), y todo hecho con alegría.

La enseñanza de los apóstoles.
Guiado por los apóstoles se presenta aquí un vigoroso movimiento cristiano, tanto en número como en armonía, esencialmente judío y popular con el pueblo judío. Evidentemente los tres mil bautizados eran judíos o prosélitos (gentiles que habían sido admitidos en el judaísmo como una nación y una religión). Estos convertidos eran de hombres piadosos de todas las naciones debajo del cielo (2:5). No dice que hubo convertidos de todas estas naciones, pero referencias subsecuentes a cristianos en Damasco, Cirene, Chipre, Roma y otros lugares así lo indican.

Se nota que en este momento, y por un tiempo después, el movimiento cristiano era popular entre los judíos. En este momento el estorbo mayor para los judíos era el tropezadero de la cruz, pero eso, para muchos, fue explicado satisfactoriamente a la luz de la resurrección. Al cruzar esa barrera, miles de judíos aceptaron a Jesús como Mesías. Pronto el número llegó a ser de cinco mil (4:4); y luego Lucas escribe simplemente que se añadieron un gran número así de hombres como de mujeres (5:14). El movimiento en Jerusalén sucedió tan fuerte que los apóstoles podían desafiar al Sanedrín (4:18–20) y a los oficiales (5:26). El movimiento se extendió rápidamente fuera de Jerusalén (5:16), aun para incluir un gran número de sacerdotes que obedecía a la fe (6:7). Todo eso demuestra algo de la magnitud del movimiento cristiano entre los judíos. ¿Por qué, entonces, es que para finales del primer siglo el cristianismo llegó a ser gentil y perdió su atracción entre los judíos? Algo sucedió para cambiar un movimiento predominantemente judío al principio de Los Hechos a un movimiento netamente gentil para el fin del libro, en un período de unos 30 a 35 años. En vista de que miles de judíos estaban aceptando a Jesús como el Cristo (Mesías), el Hijo de Dios, es evidente que el asunto de su mesianismo no provocó el rechazamiento del movimiento de parte de muchos de los judíos.

Aquí en este pasaje encontramos una descripción de un grupo alegre de judíos cristianos que gozaba de una vida en común. Aunque eran un grupo distinto como discípulos de Jesús, no obstante ellos eran judíos fieles y como tales asistían al templo (v. 46). Como judíos gozaban del favor de todo el pueblo (v. 47). Parece que en este momento los judíos cristianos estuvieron pensando que el movimiento cristiano se iba a desarrollar dentro del judaísmo como una renovación o un avivamiento del mismo.

La comunión. Lucas se repite una y otra vez (vv. 42–47), en un esfuerzo para describir adecuadamente lo que era aparentemente la fraternidad indescriptible y feliz de los primeros cristianos. Perseveraban ... en la comunión (v. 42)... Y todos los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común (v. 44)... Vendían sus posesiones y bienes y los repartían a todos, a cada uno según tenía necesidad (v. 45). Ellos estaban asistiendo unánimes al templo día tras día, y partiendo el pan casa por casa, participaban de la comida con alegría y con sencillez de corazón (v. 46). A algunos evangélicos no les gusta el uso de la palabra comunión debido a que la Iglesia Católica Romana la utiliza como parte de su liturgia; no obstante comunión es una buena traducción de la palabra.

La palabra comunión que se encuentra en el v. 42 es la traducción de la palabra griega koinonía G2842. Es imposible exagerar la importancia de koinonía —comunidad o fraternidad— como aparece aquí en Los Hechos. No hay en el NT un concepto más vital que el de la unidad de aquellos que están en Cristo. Esta unidad se describe variadamente en el NT. Probablemente la descripción más importante es la analogía de parte de Pablo de la iglesia como el cuerpo de Cristo: No construir la iglesia como una organización en el nivel local o denominacional, sino como la totalidad de aquellos que están en Cristo (ver Rom. 12:4 s.; 1 Cor. 12:12 s., 27; Ef. 1:22 s.; 4:4–6, 12; 5:25–30; Col. 1:18).

En el uso neotestamentario, koinonía puede describir la vida compartida en Cristo o la vida de cuerpo en la iglesia. Puede describir la vida en común que tiene su fuente en Dios. La koinonía tiene para el cristiano dos dimensiones básicas: con Dios y con el hombre. Estas no pueden ser divorciadas. Ser llevado a la koinonía con el Padre por medio del Hijo es también ser llevado a la koinonía con otros igualmente relacionados con él. El NT nunca da la opción de una salvación con sólo una dimensión vertical (hacia Dios). Esto es consignado permanentemente en Mateo 10:40: “El que os recibe a vosotros a mí me recibe, y el que me recibe a mí recibe al que me envió“ (hay una dimensión horizontal hacia los hombres).

El concepto de compartir puede ser de dos tipos: uno puede tener una parte específica y limitada de un todo, como una rebanada de carne, o puede participar en el todo de algo, como pertenecer a una familia. La comunión [koinonía] del Espíritu Santo (2 Cor. 13:14; aquí la koinonía se pone a la par de la gracia y el amor) es más similar a la última; no es para monopolizar una parte separable, sino para participar con otros en el todo de una vida en común. Es nuestra participación conjunta en la vida de Dios por medio de Jesucristo, como miembros constituyentes del cuerpo de Cristo, como un pueblo bajo el señorío de Dios. El pueblo de Dios no es denominado como comunión [koinonía] del Espíritu, pero la koinonía tiene el alcance para describir la vida interior de la iglesia.

La koinonía es el don de Dios, nunca el logro del hombre. Los hombres pueden hacer nacer una organización, una estructura, un establecimiento, pero no pueden hacer nacer un organismo, el cuerpo de Cristo, la koinonía (la comunión). Es un don y una exigencia: Fiel es Dios, por medio de quien fuisteis llamados a la comunión de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor (1 Cor. 1:9). Esto no significa una mera cooperación, que es un logro fácil, aun en grupos no cristianos. Continuamente se alaba la cooperación como lo ideal. En verdad, la cooperación en sí no es ni buena ni mala: es en sí neutral. Los ladrones de bancos la pueden lograr al igual que los santos. La iglesia no es una organización de funciones (como un grupo de ladrones) o de mérito (como un club social), o de habilidades (como un equipo de fútbol), a la que se ingresa por virtud de una contribución a fin de que el grupo pueda proseguir un fin en común. En esta clase de asociación los miembros no se asocian como personas, sino sólo como unidades con respecto a sus contribuciones en relación al propósito del grupo. Esto, entonces, no es una unidad personal sino meramente una unidad orgánica. Al contrario, la iglesia es una comunidad. Una comunidad tiene un principio constitutivo más profundo: no es orgánico (organizacional). Su principio de unidad es personal (de persona a persona y no de empresa a empresa). Se constituye para que los miembros compartan en una vida en común (como un organismo). No hablamos de un cuerpo como una organización de partes, sino como un organismo.

La koinonía del Espíritu es más que un acuerdo. No es sólo una sociedad de hombres, una fraternidad constituida para alcanzar un propósito (como una sociedad de médicos, por ejemplo, que tienen entre sí un interés común). Por el contrario, el principio básico de una comunidad es su vida en común: su parentesco, su fraternidad, su hermandad. Los objetivos comunes sirven para expresar la vida común y proveer mayor cultivo de esa comunión, pero la comunión no se constituye por estas metas comunes. Estos cristianos en Jerusalén no eran una mera sociedad; eran una comunidad, eran la iglesia, el cuerpo de Cristo. En él compartían una vida en común. Todas las actividades compartidas tenían significado sólo en que expresaban esta vida en común que tenían en Cristo.

El arrepentimiento (la convicción y la confesión) del pecado abre el camino a la vida en común. Esto era el principio no negociable de la comunidad cristiana primitiva (y también para nosotros hoy en día). No hay una posesión o un mérito positivo del hombre que sea suficiente para proveer un fundamento para la solidaridad humana. La asociación genuina se establece en un negativo; se funda donde los hombres fallan. Precisamente cuando reconocemos que somos pecadores percibimos que somos hermanos. Cuando pensamos en términos de nuestras supuestas virtudes, derechos y obras, somos competidores celosos; cuando pensamos en nuestros pecados, somos hermanos. Esto es el negativo que estos hombres en Jerusalén habían logrado el día de Pentecostés: se afligieron de corazón, y en su desesperación se pararon frente a Dios y a su propio pecado: Hermanos, ¿qué haremos? (2:37). La fraternidad tan hermosa en Cristo que Lucas presenta tenía su comienzo en el momento de su reconocimiento de ser nada y el arrojarse a la misericordia de Dios.

La koinonía es un don y a la vez es una exigencia. Es significativo que en 2:41–47 se presentan juntas esta koinonía y la salvación. Es indispensable reconocer que en esta koinonía cristiana (la comunidad o fraternidad cristiana) la salvación personal es consumada. Nosotros llegamos a ser personas (no sólo entidades) en comunidad, en virtud de nuestras relaciones con otras. La idea griega del alma como una entidad separada es extraña a la Biblia. En la Biblia se encuentra el concepto del hombre como una totalidad (una persona íntegra); no se ve como que tiene un alma, sino como que es un alma. Es sólo cuando un hombre, siendo un complejo de muchos factores interrelacionados, se encuentra a sí mismo en una relación de fe y amor en Cristo que es salvo. Pero también un hombre en Cristo es igualmente una parte del cuerpo de Cristo. El parentesco con Cristo involucra un parentesco con todos los que están en Cristo. Es en medio de esta relación que uno llega en verdad a ser una persona real, y verdaderamente salva en el sentido más profundo de la experiencia. Cristo salva a individuos pero al salvarlos él los hace más que individuos; llegan a ser personas, viviendo en esta relación (koinonía).

Luego en el transcurso del estudio de Los Hechos, cuando la afirmación de la implicación de koinonía se ve en términos de igualdad, libertad y fraternidad, tanto de los gentiles como de los judíos en Cristo, muchos judíos cristianos no podían reconocer esta implicación. Al negar esta fraternidad con los gentiles incircuncisos, ellos negaron el cuerpo de Cristo, y por eso, estaban autoengañados.

El partimiento del pan. En cuanto a qué quiere significar Lucas con la expresión partimiento del pan (v. 42) han sido muchas las discusiones. Reconocemos, en primer lugar, que la expresión “partir el pan”, acompañada incluso de acción de gracias y de oraciones, fue usada para la comida diaria; pues el partimiento del pan era la señal de que la comida estaba por comenzar (Mat. 14:19; 15:36; Hech. 27:35). Sin embargo, también es cierto que la expresión “partir el pan” fue empleada por los primeros cristianos para describir la cena del Señor. El empleo más claro del término aparece en 1 Corintios 10:16: El pan que partimos.

Probablemente se puede ver en el v. 42 una referencia al partimiento del pan como cena del Señor: Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones. Gramaticalmente parece que la referencia a la comunión (koinonía) y el partimiento del pan fuesen la misma cosa. Esta comunión o partimiento del pan era indudablemente una comida completa, pues la cena del Señor era observada así por los primeros cristianos. Posiblemente Hechos 20:7 también se refiere a la cena del Señor observada como una comida completa.

Los manuscritos posteriores dieron lugar a una enseñanza que puede ser malinterpretada; de que la cena del Señor retrata el cuerpo partido (quebrantado) de Jesús. La lectura correcta en 1 Corintios 11:24 (ver la nota de la RVA), confirmada por manuscritos de los siglos II y III, dice simplemente Este mi cuerpo es para vosotros.

La lectura que se encuentra en los manuscritos posteriores oscurece el énfasis de Pablo en 1 Corintios sobre la unidad del cuerpo proclamada en la Cena (1 Cor. 10:16, 17). La Cena proclama el cuerpo de Cristo, no el cuerpo quebrantado. Juan insiste en que ni un hueso de su cuerpo fue quebrantado (Juan 19:31–37). El rompimiento del pan dirige la atención a la participación conjunta de un mismo trozo de pan, no a su fragmentación. La fórmula “romper el pan” generalmente significa “tomar la comida”. La idea no es la de que un pan es quebrado en muchos pedazos, sino que mucha gente come del mismo pan. Esto proclama el hecho básico de que todos los cristianos participan del mismo Cristo.

Lucas hace notar también que perseveraban en las oraciones (v. 42). La construcción gramatical de la frase, uniendo ambos miembros por la conjunción copulativa “y”, parece indicar que se trata no de oraciones en general, sino de las que acompañaban al partimiento del pan. De cuáles fueron estas oraciones, nada podemos deducir con certeza. Sin embargo, podemos sugerir que la iglesia primitiva, en su perseverancia en la doctrina (enseñanza) de los apóstoles, por lo menos, recibían instrucciones de cómo orar el Padrenuestro (Mat. 6:5–13); y también recibían un testimonio personal de parte de estos muchos testigos oculares de la oración de Jesús por sus discípulos, que se encuentra en Juan 17:20–23. Sin duda el corazón de la oración de Jesús por sus discípulos ha de ser lo siguiente:

Pero no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por medio de la palabra de ellos; para que todos sean una cosa, así como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos lo sean en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me has dado, para que sean una cosa, así como también nosotros somos una cosa. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente unidos; para que el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado, como también a mí me has amado (Juan 17:20–23).




»

Comentario Bíblico de Matthew Henry

Autor: Matthew Henry, Traducido al castellano por Francisco la Cueva, Copyright © Spanish House Ministries | Unilit

Comentario Bíblico Mundo Hispano

7000 Alabama St. El Paso, TX 79904, Copyright 2000 © Editorial Mundo Hispano

Síguenos en:



Anuncios


¡Síguenos en WhatsApp! Síguenos